Si no escribo es porque...
...paso varias horas del día dedicadas al esfuerzo contra natura de conservar mi centro.
Sufro violentos abscesos de indignación, seguidos de arrebatadas alegrías. La transición dura un segundo. Y cada estado puede durar cinco o más minutos.
Para encontrarle explicación pensé en los ciclos de la madre naturaleza, en alguna especie de trastorno esquizoide, en el cansancio que me da no querer dejar de hacer nada, o en una simple regresión adolescente.
Se incrementa con la lluvia. Y hoy llovió mucho.
Y resultó que en estos días de muchas preguntas y escasas respuestas me estuvo resonando en la cabeza el remate de un cuentito muy corto de Galeano que me leyó una buena amiga hace un tiempo. Como cuando uno se levanta con una canción que no puede dejar de tararear en todo el día, el remate de la historia me persiguió por todos lados a donde fui. A ver si me entienden. De por ahí vino. Este cuentito pretende ser comprendido sin más.
Diego no conocía la mar..
Su padre, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena,
después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos.
Y fue tanta la inmesidad de la mar,
y tanto su fulgor,
que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar,
temblando, tartamudeando,
pidió a su padre:-
Papá: ......Ayúdame a Mirar !!
Que tierno. Por dios no lloren. Tengo un absceso violento en este momento, y la sensiblería me mata de espanto. Por ahora.
El mar que veía pequeño niño era perfecto, inmenso. No le quedó más que tartamudear de alegría. ¡Pero Diego! No todos tienen la misma suerte. A veces nos toca ver unos riachuelos a los que cuesta encontrarle algún fulgor. Aunque sabemos que si ponemos la mejor de las ondas, siempre vamos a encontrar algo que amerite la búsqueda.
Si miramos el vaso medio lleno, este dualismo (amor/odio- alegria/fastidio) podría responder a un estado avanzado de la sensatez. No se puede ser completamente feliz o miserablemente triste, siempre hay algo que te arruina el estado.
Si miro el vaso medio vacío... estoy exigiéndole demasiado a mis emociones, y voy a explotar en un corto plazo. Sea como sea, Diego: pedile a tu papá que te traiga para acá y que nos ayude a mirar a los dos. Dale!