viernes, septiembre 28, 2012

Mi Objeto de memoria.

Cuando supe sobre la consigna de una de las materias de la Facu, de compartir en clase un objeto de memoria, mi primera reacción fue preocuparme, porque en realidad no se me venía a la cabeza ningún recuerdo de algún fetiche seten/ochen/toso que haya guardado mi familia. 
Soy nacida en Ushuaia y con mis papás nos mudamos algunas veces incluso de provincia, aunque la mayoría de mi vida transcurrió en mi ciudad de nacimiento. Hemos vivido hasta en una casilla rodante, dónde el espacio era todo un tema, con lo cual supuse que guardar recuerdos podría haber sido casi imposible. Hablé con ellos para contarles la consigna, casi sin esperanzas de que entre mudanza y mudanza hubiese quedado algo. Quizás- pensé- podrían mandarme alguna foto.

Pero había borrado un recuerdo importante. Resulta que mi viejo, mencionó más de una vez que  guardaba los diarios de la semana de mi nacimiento y todos los del periodo del juicio a las juntas. No lo tenía presente y a pesar de militar muchos años en derechos humanos, jamás se los había pedido. Mi papá sí lo tenía en mente, entonces me lo recordó: “tengo los diarios de la semana en que naciste y el del día de tu nacimiento, que fue el día en que se anunció el fin de la guerra... Además todos los del juicio a la juntas...los guardé, porque no sabíamos en esa época lo que iba a pasar.”


Mi objeto de memoria siempre había estado ahí, incluso en algún lugar de la casilla rodante, poniéndose amarillo, esperando la señal para salir a hacer su gracia.
Por alguna razón que deberé tratar en terapia, nunca me había acercado a mi papá para pedirle que finalmente me entregara lo que él habia guardado para mi durante 30 años, ni él había atinado a sacarlos a la luz. Ésta ocasión fue más que una buena excusa.
Aún no sé porqué nunca se los había pedido. Quizás mi militancia nos alejó por alguna extraña razón, posiblemente por algo tan simple como el miedo o por desconocernos el uno con el otro. 


Ésto sin duda nos ayudó a acercarnos. Mi viejo me envió por correo los diarios de aquella semana en la que esperaban el fin de la guerra y a la a vez en la que me esperaban a mi. Nadie puede decir que no fuí una estratega innata. Supe bien cuando salir. El 15 de junio de 1982 el diario anunciaba el final de la guerra de Malvinas, una aventura militar ridícula, último manotazo de ahogado de un régimen asesino y prepotente para continuar “sólo un poco más” en el poder. Sentarme en casa a leerlo fue una experiencia emocionante, porque además del testimonio de época, encontré en ellos a un papá preocupado, que pensó que había una historia que yo iba a tener que saber.


“Eso si”- me dijo Burgos por teléfono- “me vas a tener que disculpar, pero los diarios... son Clarin”.



domingo, febrero 05, 2012

Nunca menos verdadero


Cuando era chica tenía un árbol. Le había hecho una escalera y subía hasta su tronco mas grueso para quedarme leyendo alguna cosa. Mis perros me esperaban abajo sin apuro.

Además, sobre un claro en medio del bosque, tenía una casita. Sólo yo y mi hermana mas chica podíamos verla. Había una mesa de cajón de manzanas, un florero de lata, habitaciones, puertas, ventanas, y todo lo que se necesita para vivir... Teníamos también el árbol bandera, que vencido por el viento admitió su forma y vivió tranquilo por años mientras nosotras llevábamos a cada visitante para que lo vean como si fuera la mujer barbuda de un circo.

Teníamos un arroyo en el que se pescaba con abrojos y una montaña dónde nos convertíamos en escaladoras profesionales. Con sogas, burlábamos las alturas para llegar a la cima y volver a bajar corriendo para otra vez subir. Y esas mismas subidas se convertían en veloces bajadas cuando estaban nevadas y las usábamos para jugar con los trineos. También teníamos un iglú grandísimo que hicimos con mi papá un invierno de mucha nieve.

Si cierro los ojos puedo recorrer cada rama de la casita que dejamos atrás hace ya demasiados años. Puedo subir de a uno los escalones de mi árbol, puedo armar una y mil veces mi caña con carnadas de abrojos. Puedo ver y sentir la piel de mi perros y su respiración cansada detrás, cuidando nuestros pasos.

Y aunque pasan los años y las cosas ya no son las que eran... sigo teniendo la capacidad de ver mi árbol, mi casita, mi arroyo, tal y como los veía antes. Quizás un poco menos tangible, pero nunca menos verdadero.