domingo, febrero 05, 2012

Nunca menos verdadero


Cuando era chica tenía un árbol. Le había hecho una escalera y subía hasta su tronco mas grueso para quedarme leyendo alguna cosa. Mis perros me esperaban abajo sin apuro.

Además, sobre un claro en medio del bosque, tenía una casita. Sólo yo y mi hermana mas chica podíamos verla. Había una mesa de cajón de manzanas, un florero de lata, habitaciones, puertas, ventanas, y todo lo que se necesita para vivir... Teníamos también el árbol bandera, que vencido por el viento admitió su forma y vivió tranquilo por años mientras nosotras llevábamos a cada visitante para que lo vean como si fuera la mujer barbuda de un circo.

Teníamos un arroyo en el que se pescaba con abrojos y una montaña dónde nos convertíamos en escaladoras profesionales. Con sogas, burlábamos las alturas para llegar a la cima y volver a bajar corriendo para otra vez subir. Y esas mismas subidas se convertían en veloces bajadas cuando estaban nevadas y las usábamos para jugar con los trineos. También teníamos un iglú grandísimo que hicimos con mi papá un invierno de mucha nieve.

Si cierro los ojos puedo recorrer cada rama de la casita que dejamos atrás hace ya demasiados años. Puedo subir de a uno los escalones de mi árbol, puedo armar una y mil veces mi caña con carnadas de abrojos. Puedo ver y sentir la piel de mi perros y su respiración cansada detrás, cuidando nuestros pasos.

Y aunque pasan los años y las cosas ya no son las que eran... sigo teniendo la capacidad de ver mi árbol, mi casita, mi arroyo, tal y como los veía antes. Quizás un poco menos tangible, pero nunca menos verdadero.


No hay comentarios.: